"No tienes que darme cuentas
que no te las he pedío,
quien va por el mundo a tientas
tiene los rumbos perdíos"
Miguel Poveda. Los abrazos rotos.
Había mil ciudades
en cada ventana.
En cada edificio
había mil ventanas.
Mil ventanas
con mil ciudades
en cada viejo edificio.
La ciudad no parecía un mundo
era un mundo a cada paso
y el escuchar una cerradura
que se abría
una promesa
de aventura.
Las noches están solas.
Irremediablemente.
Duermen su insomnio
en las esquinas
como botellas vacías.
Descorchadas.
Por el ímpetu incierto
de la vida.
Duermen trizadas
como mil personalidades
lanzadas al pavimento.
Cristales que hieren
si se pisan.
Hermosos collages
de luces que se reflejan
y miradas inciertas.
Huidizas
entre ellas.
Entre ellas y ellas mismas
entre ellas y la ciudad
que las pervierte
que las subvierte
que las revierte
con la travesura
de lo extraño
de lo azaroso
conectado con lo inmenso
e inaprensible.
Audaz y única
insomne.
Solitaria y pensativa
insomne.
Nostálgica y silenciosa
insomne.
La ciudad de mil ventanas
en mil reflejos más
subdividida
ampliada en mil miradas
que trizan la vida
a su paso y su carrera.
Se detiene
y nunca reclama.
Y en eco, evanescente
como aire de esta época,
susurra al oído del amante:
"No tienes que darme cuentas
que no te las he pedío,
quien va por el mundo a tientas,
tiene los rumbos perdíos"
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